Domingo por la mañana; abrigada a medias y corre el viento a las siete y cuarenta. Eso no sucede normalmente -pienso-, ¿qué chucha? Está todo para que no vaya. Además, razones no tengo, ¿qué es eso de rendir honores? ¿Tiene en serio algún tipo de importancia para el alma? Esta manera de caminar es adorada por los adultos, ya que por la razón o la fuerza, le rendimos culto a autoridades culeás que se llenan los bolsillos, el hocico, y el ego con nuestros pasitos y la banda de turno. Tambores, trompetas, concha de sus madres; está todo para llenaros el orgullo con un futuro ejército de imbéciles clavados al suelo por la sociedad.
Pasamos frente a las miss Quillota número uno, número dos, y número tres, sonriéndoles a todo el mundo, haciéndose las orgullosas de estar viéndonos. Cantamos el himno, y lo mejor de todo fue que mi escuadrón no cantó ni una hueá. Maravilloso. Ahí quedaron wn, merecen mis felicitaciones todas ustedes, queridas. Seguimos, y la gente nos aplaude. ¿por qué lo hacen? No lo comprendo. Somos el grupo de cuicos de la ciudad, y ustedes nos aplauden. Somos los cien años en el pueblo, los cien años van caminando por la calle, y lo están presenciando. ¿Qué se siente? No le encuentro lo grandioso. Somos un grupo de weones más caminando para recordar tanta sangre derramada, que a estas alturas, está disuelta en todos los océanos del mundo. Estamos recordando al grandioso Prat, pero cada uno de nosotros somos cada hombre que murió, y el que no lo hizo, podemos representar también a quienes cometieron atrocidades, a quienes la historia peruana los recuerda con asco. Y tal vez las que sobremos, las del último escuadrón, somos las mujeres que se quedaron viudas, somos los niños que se quedaron sin padres, somos las prostitutas que acompañaban a nuestros compatriotas a pelear para que lo hicieran con ganas, o somos las violadas de los países vecinos. Representamos la maravilla de las letras. Esos son los pasos que damos, y cada paso que nace, hace resonar las piedrecillas del suelo en el recuerdo.
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