No sé si haciéndole una oda o dedicándole unas palabras de muerte y decepción.
Bendito/Maldito cuerpo femenino,
errado como un juguete mal hecho
(agradable a la vista, destrozos por dentro).
Supongamos entonces, que fuese lindo por fuera,
ad hoc a los estereotipos de belleza establecidos (¿Delgado, esbelto, raquítico?),
de vez en cuando sometido a largas horas de dolor para lograr diferenciarme de los hombres,
y bien cuidado. Cremitas, masajes, deporte.
Hermoso. Perfecto.
Ahora, entrando el detalles,
vamos a introducirnos en la esfera de sus pobres sentimientos.
Vamos a tomar un cuchillo, y lo primero que haremos,
será abrir el centro de poder intelectual. Maldita jaqueca,
y tres minutos de silencio por el golpe en el segundo piso en la parte inferior-posterior.
Luego seguiremos por atrás, por la rectificadora, que mal ha hecho su trabajo.
Chueca, como la estructura del ácido desoxirribonucleico
(hablo de una hecha por un niño de diez años),
y toda gastada entre sus piezas.
Corresponde ahora a las responsables de hacerme caminar,
y quizás cuántas cosas más.
Están extrañas, hace cuatro años. Un día decidieron mover sus piezas,
y me ha traído una serie de consecuencias: mis rodillas, por ejemplo.
Ahora bien, toca el turno del preciado miembro femenino,
el maldito que me ha traído problemas, no odiándolo aún
(ya que supongo que algún día me traerá felicidad),
descontrolado en todo lo imaginable. Traidor, triste, arrasador,
destructor de un lugar de mi cuerpo. Derrochador de sangre.
Y luego de toda esta lista, mis pechos se han llevado la peor parte.
Ni si quiera agradable a mi vista (es cierto, los detesto),
y ya han sido masacrados por mi histeria, por mis hormonas,
y por la deformidad de mi columna, la posición de mis hombros,
y el extraño caminar, regalo de mis huesos.
Quisiera que la naturaleza dejara de regalarme cada día tantas limitaciones.
¿Es tanto pedir?
Auxilio.
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