domingo, 25 de abril de 2021

Ejercicio Diario (un diario que en verdad vengo escribiendo de hace tres vidas pasadas).

 Miércoles: Me hacen pensar en Valparaíso, y yo pienso, lo intentaré. También, burdamente, aprovecharé el viaje y no haré el real ejercicio. 

Jueves: Yo no sé por qué, pero hace rato vengo pensando que el hecho de estar en Valparaíso solucionará muchos de mis problemas internos/mentales. Pero cuando estaba allá, me volvía loca el ruido. Pienso que escapar de donde estoy me sacará del estado mental en el que me encuentro. Cambiarme de pieza, cambiarme de casa, cambiarme de ciudad; tantas veces lo he hecho estando en la costa. Creo que al final tendría que llegar a cambiarme de cuerpo y de cerebro y de pasado para lograr la plena tranquilidad. 

Viernes: Dejé el cuidado de los cerros por unas horas en medio de la cuarentena. Los permisos más estrictos hicieron volverme loca, pregunté por todos lados que qué pasaba si me fiscalizaban y ya se había pasado. Al final entre Quillota y Limache nunca hubo ningún control pa llegar al metro. Le pregunté en Villa Alemana a un vendedor ambulante que un rato antes escuché que le estaba dando consejos de evasión a otra vendedora acerca de las fiscalizaciones. Le compré un dulce y le pregunté que cómo estaba la cosa, y me respondió que no habían horas muertas, que siempre podía pasar que se subieran. Ante eso se une un tipo cercano a los cuarenta que estaba sentado frente a mí, me empezó a decir los puntos que él cachaba que fiscalizaban, me empezó a ayudar o a intentar hacerlo. Le respondía lo necesario para el momento, hasta eso me había caído bien. Me explicaba de permisos más largos y de cómo lo hacía para obtenerlos, hasta que me contó la primera vez que lo sacó. Déjame buscarlo en el correo, me dijo, lo saqué un día veinte... —a lo que yo pensé, veinte de abril, hace tres días, o veinte de marzo, ya en cuarentena—. Veinte del ocho, ¿qué mes es ese? Y bueno, obvio que me sabía esa fecha de memoria, si yo nací un veinte del ocho del noventa y seis. Claro que tengo claro que el ocho es Agosto. Y mi mente se transportó al veinte del ocho del dos mil veinte, también en plena cuarentena invernal: El mismo día al que el tipo sacó por primera vez un permiso tránsfugo yo estaba en el metro, también en dirección a Valparaíso, yendo a juntarme a tirar con un amigo después de varios meses. Y eso me hizo revivir la sensación, de nuevo, de lo excluida que me sentía ahora de esa ciudad, y de lo fuera que me siento de todo, realmente. Luego de un rato me preguntó el nombre y supuse que todo se iría a la cresta, y recién estábamos saliendo de Quilpué hasta llegar al Salto. Me preguntó por música y por si en mi casa tenía cintas VHS. Llegamos a la estación Hospital, un perro se iba a subir pero un cariño de un pasajero al bajarse evitó la tragedia en la vida de ese ser vivo de subirse sin rumbo y llegar a cualquier lugar. Íbamos a llegar a Viña y me dijo, bueno Catalina, ¡acá nos bajamos! y yo le dije, Yo no me bajo acá, con una cara del demonio luego de haberlo escuchado tanto rato. Y se bajó. Y llegamos a Recreo, y vi el mar, y sentí el sol. Y llegamos a Portales, y también había más mar, y más sol, y no habían controles, y supuse que ninguna parte de la conversación con ese sujeto valió la pena realmente. 

Sábado: Hace dos meses que no despertaba en Valparaíso. Casa ajena, una cama prestada, la ventana sin cortina, dormí menos de cinco horas, y eso que puse mi alarma a las 9.38 am para lograr dormir un poquito más, me desperté dos horas y veinticinco minutos antes. Siempre me pasa lo mismo en todas las casas ajenas, sobre todo las casas que tienen el sol encima al amanecer y las ventanas sin cortinas. ¿Qué hago en este rato? Qué ganas de haber tenido mi cámara. Me di vueltas en la cama, miré las plantas del patio, miré las fotos en la pared de esa pieza prestada. No sabía qué hacer con tanto tiempo antes de mi siguiente misión: conocer Cerro Polanco, llegar a un lugar en específico. Aprendí un nuevo recorrido en micro. Pensé que conocería el ascensor, pero lo estaban reparando. Conocí un gato gigante, abracé a amistades. Me estresé nuevamente por el permiso, por los supuestos controles, por otro compromiso más, por dejar la ciudad contra el tiempo. Al irme, bajé por unas escaleras y llegué a Avenida Argentina, tantas veces recorridas el año pasado, contra el tiempo, evadiendo controles sanitarios, por el mismo amigo que recordé el día de ayer en el metro por el día de mi cumpleaños. Pensé, qué paja encontrármelo. La diferencia estaba en que hoy existían nuevos motivos para estar caminando por los mismos lugares, de nuevo contra el tiempo, pero sin un desgarro del corazón al despedirse. 

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