sábado, 21 de junio de 2014

Carta para quién nunca existió.

Ya no te escribo, en más, ya casi no me acuerdo de ti. Poco sé si es que existes, o si aún vives aquí; ni si quiera sé si te casaste o si eres feliz.
Sería un poco vergonzoso decírtelo o hacerte llegar, todo este revuelco de palabras sin mayor sentido que la tinta en el papel, porque creo que olvidaste hasta mi nombre.
Quizás te avergüenzan mis años o mi forma de mirar, quizás no tienes tiempo ni de recordar. Solo sé por certeza que tomaste mis recuerdos para tirarlos al cajón bajo tierra que ni si quiera había muerto aún. Déjame decirte que te olvidaste de ser el culpable de que yo esté todo el día pensando en qué escribir. En escribir.
Me parecía pertinente aquél 11 mandarte algún inútil mensaje, algún gesto para reconocer tu existencia en esta vida. Pero en ese mismo momento recordé que probablemente tienes una mariposa en la cabeza que te lo hace saber más que cualquiera en este mundo.
Está mejor, todo está mejor que yo. Solo me apena saber que yo de vez en cuando, más o menos una vez por mes, recuerde que un segundo, quizás de millones, me hiciste bien.

Los trenes se llevan tantas cosas que nos quedamos pensando en eso y olvidamos la despedida. Olvidamos la manito que se mueve por la ventana diciendo adiós, porque eso fue lo que hiciste, ¿no? Claro, yo no sabía el valor del adiós hasta que te fuiste. Desde ahí odio los trenes, odio las despedidas. Quizás porque nunca supe en verdad como eran, porque me enseñaste otro sentido del adiós. 
Será por eso hoy no deseaba irme del bus, te cuento, querido amigo, en mi cabeza también revolotean ciertas cosas: pero éstas llegan al corazón. Son más que cosas, tú nunca supiste decírmelo, por eso te culpo y  te maldigo. Somos más que cosas. Pero no escribo este párrafo para culparte de mi fobia a las despedidas. Escribo este párrafo para contarte que he vuelto a sentir, y que no existe alguien que quiera hundirme; si no hubiese habido tanta movilidad en las calles habría dejado caer una que otra lagrimita para que mojara mi mejilla, y por qué no, la de él. Sí, escuchaste bien. Hay un él que no eres tú, espero no te suicides si algún día llegas a leer esto.
Me habría quedado, me habría quedado toda la vida a su lado. Quiero quedarme toda la vida a su lado, de su mano, de sus besos, de su piel en la mía y su cuerpo en mi cama.
No quiero perturbarte, pero el amor era más de lo que decían tus labios y tus falsos escritos de tierra y papel, el sexo es más de lo que tú llamabas: sólo sexo (el "sólo" lleva tilde cuando es eso y nada más, qué bien me enseñaste eh), la boca dice más que mentiras envueltas en llamas de carne y miel. No quiero hacerte sentir mal, pero ahora mi piel se eriza sin que la toquen, y es ahí donde le pertenezco, donde mi nombre se forma en su boca como si fuera una canción. Una canción de verdad, no esas que tú le enviabas a cualquiera.

En fin, "viejo amigo", algún día en tus habituales estados de destrucción deberías de leer esto, o probablemente deberías encenderle un cigarro a la carta que nunca te envié. Mis planes nunca funcionaron contigo, y es porque nunca funcionamos los dos.
Espero te alegres de que haya encontrado algo verdadero, yo me alegro de que hayas desaparecido del todo para no volver a recordar la tristeza en la que me hundiste.

Y como dijiste:
adiós.

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