Una noche a un ser peludito lo llevaba en brazos mostrándole habitación por habitación el nuevo hogar en segundo piso, de cielo alto, habitaciones grandes. ¿Yo era bienvenida? Ni idea. Después ese ser se transformaba en un humanito, pequeño, le enseñaba a caminar, le besaba las mejillas con muchas ganas. Las luces eran blancas. Dialogaban en su idioma con una niña de dos años. Me llevaba bien con los niños, les tenía cariño. Me daba un algo con su cuidado.
me iba de viaje conocía otra casa un refugio un lugar de una amiga que tuve.
Seguí viajando y reconocí la bajada a una playa muy intensa y era secreta allí nos vimos con un alguien a quien yo también estimaba harto y que supongo que sigue siendo mutuo. Era dificultoso. Era fácil caerse. Habían piedras, tenían un orden, había una llegada determinada. Pasaban los buses, quizás era como una combinación entre una playa maravillosa del litoral central más al norte de Valparaíso y camino a La reserva blabla Valdiviana que ya olvidé su nombre. Caminos así. Un poco vacíos, pretensiosos en mi mente, pretensión desde mi ser hacia ellos.
Nunca podrá alcanzarlos, están lejos de todo lo que yo soy, porque a veces creo que nunca voy a alcanzar su tranquilidad que los envuelve. O que cuando algún día lo logre, va a seguir siendo tremendamente inalcanzable.
Así son los paisajes.
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