Los exámenes me agobian. Habitan en conjunto con el cansancio.
Todo ha de ser tan engorroso.
La espera es insufrible, hasta que todo sale bien. O no tan mal. Siempre es así.
Seguir esperando a que todo se regularice por sí solo, como todo en esta vida.
Ovarios multifoliculares
y desórdenes menstruales desde el 2008.
//
· Foto antes de entrar. Fuji C200 forzado a 400, revelado casero.
· Resultado de la ecotomografía en Cianotipia sobre weaita que le ponen a los marcos de fotos nuevos.
jueves, 19 de septiembre de 2019
miércoles, 18 de septiembre de 2019
Transición al invierno
Siempre tuve la intención de salvarme a mí misma a pesar de todo lo que me rodeaba (o esas cosas que invento yo misma a veces). De generar paz. De mantenerme a flote. Intentar seguir. Y lo hice a través del agua, no hubiese permitido ahogarme. No podía.
Al comienzo no podía respirar, sólo aguantaba un nado continuo de extremo a extremo. Un total de media hora en -aparente- soledad.
Fui identificando los horarios en que podía hacerlo sola, algo más tranquila.
Fui alargando mis posibilidades, algo me decía que yo podía. Mi orden nunca ha sido lo convencional pero los números me divierten en ocasiones, así que comencé a contar, por ejemplo, cuántos braceos daba en total de extremo a extremo, cuantas vueltas podía hacer en tanta cantidad de respiraciones, o un número indeterminado de vueltas en total. Una vez sumé 1 kilómetro y 250 mts.
Los últimos días nadé de espalda estando sola en la piscina mientras llovía afuera. Ni si quiera alguien me cuidaba por si me ahogaba, o eso creía. Suponían que podía lograrlo. Llegué al punto de no pensar que flotaba, casi como si volara.
El agua será siempre un reflejo del cielo, nada tienen en común con la tierra. Cualquier encuentro con la tierra ha de ser algo catastrófico, pero la relación entre esas dos masas azules siempre es armoniosa y limpia.
Así me inducí a mi paz mental en los días más crudos de este invierno. Y así empecé a alcanzar algo de la tan preciada tranquilidad.
Alejándome del mundo,
encontrándome conmigo de una vez por todas.
Al comienzo no podía respirar, sólo aguantaba un nado continuo de extremo a extremo. Un total de media hora en -aparente- soledad.
Fui identificando los horarios en que podía hacerlo sola, algo más tranquila.
Fui alargando mis posibilidades, algo me decía que yo podía. Mi orden nunca ha sido lo convencional pero los números me divierten en ocasiones, así que comencé a contar, por ejemplo, cuántos braceos daba en total de extremo a extremo, cuantas vueltas podía hacer en tanta cantidad de respiraciones, o un número indeterminado de vueltas en total. Una vez sumé 1 kilómetro y 250 mts.
Los últimos días nadé de espalda estando sola en la piscina mientras llovía afuera. Ni si quiera alguien me cuidaba por si me ahogaba, o eso creía. Suponían que podía lograrlo. Llegué al punto de no pensar que flotaba, casi como si volara.
El agua será siempre un reflejo del cielo, nada tienen en común con la tierra. Cualquier encuentro con la tierra ha de ser algo catastrófico, pero la relación entre esas dos masas azules siempre es armoniosa y limpia.
Así me inducí a mi paz mental en los días más crudos de este invierno. Y así empecé a alcanzar algo de la tan preciada tranquilidad.
Alejándome del mundo,
encontrándome conmigo de una vez por todas.
sábado, 22 de junio de 2019
¿Será la tristeza distinta en otros lugares, determinadas acaso por las condiciones atmosféricas
lumínicas
probabilidad de precipitaciones
horas de luz del sol sobre sus caras
contaminación ambiental
metros sobre el nivel del mar?
No sé,
a mí me está volviendo loca este invierno culiao
con su oscuridad culiá
con su humedad culiá
con su vaguada costera a medio día culiada
con el sol que aparece cercano cuando ya está en alto al frente de mi ventana hasta las dos de la tarde
(o al menos aparece)
con su nulo calorcito.
De todas formas me imagino que en el norte me estaría volviendo loca la soledad
no sé si tan distinto a acá
solo que allá en los paisajes no habita nadie porque es inhabitable
acá
todo lo habitan como sea
hay tanta gente y tengo tanto miedo
que vivo en una constante soledad intranquila
con mi esguince crónico en ambas patitas
que ya no sé qué zapatillas ocupar porque todo me duele
pero al menos hay algo que ya no me duele:
los huesos
o no es que no me duela
es que duele menos y eso es ya un gran paso para el invierno,
para todos los inviernos SINCE 2014.
No sé cuál de todos mis inviernos fue peor,
sólo sé que el 2013 fue menos caótico y que agosto fue muy bacán, y yo lo sabía, yo estuve consciente de eso. Todo estaba tan tranquilo y equilibrado. Después todo se fue al a chucha porque así es la vida, todo se va a la chucha siempre porque todo es así, porque todo es inestable y porque todo nos vuelve locos y si es que se es una persona tan sumamente sensible como yo que hasta lloraría por una lagartija atropellada pero que se limita a no hacerlo pero que lee todas las weas de facebook y termina con una angustia tan terrible dentro de sí que termina llorando y con un grandísimo dolor en el pecho que la viene aquejando desde octubre o noviembre del año pasado (...) obvio que va a afectar de alguna u otra manera.
No sé si resista esta vez. Estoy intentando todo. Estar tranquila. Contar las vueltas para no volverme loca. Volverme loca intentando llegar al destino. Ya no puedo. Sí puedo. Si pude hasta los diez pude hasta los 16 y luego hasta los 20 y por si a caso hasta los 25. Si es que se pudo una vez se puede seguir ¿pero a costa de qué? De cansarse incesantemente. De cansarse con tal de un porque sí. Sé que puedo pero no sé si podré llegar entera, por completo, con todo mi yo. Pero al menos tengo motivos y son varios no es un solo. Son muchos, o eso intento.
jueves, 13 de junio de 2019
Ser el agua que me cura
No era primera vez que escuchaba su nombre. Todo tenía tanto sentido: los colores, las sombras, el movimiento. Y luego la repetición. Aquí, allá. Más cerca. En todos lados se aparecía. Se sigue apareciendo. Empieza a cobrar sentido. Todo empieza a tener un orden, una correlación infinita hacia todas las direcciones.
Me despierta alegría. Llanto. Nostalgia.
Provoca algo en mí.
Me recuerda a mi madre,
a que reconozco la forma de entonar su voz cuando me miente intentando quererme un poco más de lo que es en realidad.
Reconozco
el pasado
la tristeza abundante,
lo único estable en mí.
Ya no sana,
continúa allí.
Me despierta alegría. Llanto. Nostalgia.
Provoca algo en mí.
Me recuerda a mi madre,
a que reconozco la forma de entonar su voz cuando me miente intentando quererme un poco más de lo que es en realidad.
Reconozco
el pasado
la tristeza abundante,
lo único estable en mí.
Ya no sana,
continúa allí.
sábado, 25 de mayo de 2019
El cielo en Quillota
Lo único que ha estado hablando es la materialidad
La sensibilidad se calla,
el cuerpo responde gritando.
Nunca creer
en las delicadas coincidencias.
El presente está sobreviviendo así,
y es todo lo que está rodeando(me).
Nocturnidad
Soñé anoche que volvía a participar en un corrida. Pero era una corrida nocturna, en un extraño pueblo. Como esos lugares que visité tantas veces cuando chica, hace ya unos diez u once años. Viajaba por la quinta región con un grupo de personas que nunca he sabido explicar nuestra genuina relación pero linda, aunque colmada de dramáticas situaciones de las cuales yo no debería haberme enterado, o preferiría no haberme enterado.
Viajábamos por la quinta región yendo a corridas: 2, 4, 5, 8, 10 kilómetros.
Conocíamos gente.
Nos sabíamos las caras.
Las fotos se extraviaron.
Conocí tantos lugares costeros, tal vez de ahí viene mi necesidad de ahondar en esos pueblos fantasmagóricos que encierran dentro de sí alguna especie de somnolencia infinita. Arena, olas y sol cargadas de superficialidad para sus residentes habituales.
Todo está lejos.
Tal como mi sueño.
iba primera, no era un escenario difícil de imaginar aunque sí lejano. La sensación era la misma. Hasta que me perdí. Iba tan rápido y tan adelante que me perdí del camino, por una mala organización. Y llegué al final de un camino de tierra con construcciones a punto de ser demolidas en un escenario nocturno. Al darse la vuelta hacia el resto del camino de regreso se interponían unos perros que probablemente me acorralarían y me morderían.
Lo supuse,
lo pude sentir en la atmósfera del momento.
Y yo ya había parado, perdí el hilo, me comió el miedo.
Minutos más tarde aparecieron unas chicas de la edad que yo tenía cuando participaba en esas cosas,
me ayudaron.
Me guiaron.
Detuvieron a los perros, me abrieron el paso.
Ya me habían pasado, pero yo ya iba tranquila.
La multitud se olvidó de mi existencia, se enfocaron en otra. En otra que siempre me quiso ganar, a mí y a todas. Porque éramos amigas pero también éramos competencia.
Y de apoco, fui alcanzando.
Sobrepasé las motos,
los autos,
la gente.
El resto lo olvidé, pero qué importa.
Prefiero quedarme con la sensación de la pérdida de orientación y mi propia guía.
Sé que algún día conoceré esa muralla de adobe a punto de caerse, el camino de tierra, y los terrenos baldíos llenos de maleza verde.
Viajábamos por la quinta región yendo a corridas: 2, 4, 5, 8, 10 kilómetros.
Conocíamos gente.
Nos sabíamos las caras.
Las fotos se extraviaron.
Conocí tantos lugares costeros, tal vez de ahí viene mi necesidad de ahondar en esos pueblos fantasmagóricos que encierran dentro de sí alguna especie de somnolencia infinita. Arena, olas y sol cargadas de superficialidad para sus residentes habituales.
Todo está lejos.
Tal como mi sueño.
iba primera, no era un escenario difícil de imaginar aunque sí lejano. La sensación era la misma. Hasta que me perdí. Iba tan rápido y tan adelante que me perdí del camino, por una mala organización. Y llegué al final de un camino de tierra con construcciones a punto de ser demolidas en un escenario nocturno. Al darse la vuelta hacia el resto del camino de regreso se interponían unos perros que probablemente me acorralarían y me morderían.
Lo supuse,
lo pude sentir en la atmósfera del momento.
Y yo ya había parado, perdí el hilo, me comió el miedo.
Minutos más tarde aparecieron unas chicas de la edad que yo tenía cuando participaba en esas cosas,
me ayudaron.
Me guiaron.
Detuvieron a los perros, me abrieron el paso.
Ya me habían pasado, pero yo ya iba tranquila.
La multitud se olvidó de mi existencia, se enfocaron en otra. En otra que siempre me quiso ganar, a mí y a todas. Porque éramos amigas pero también éramos competencia.
Y de apoco, fui alcanzando.
Sobrepasé las motos,
los autos,
la gente.
El resto lo olvidé, pero qué importa.
Prefiero quedarme con la sensación de la pérdida de orientación y mi propia guía.
Sé que algún día conoceré esa muralla de adobe a punto de caerse, el camino de tierra, y los terrenos baldíos llenos de maleza verde.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)