sábado, 8 de mayo de 2021

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Tomo los últimos vestigios del único sol que puedo llegar a alcanzar durante el día en esta casa toda techada recién a las 9.30 de la mañana. Recuerdo mis días en ese espacio chico, bullicioso, dañado, con gran tendencia al fallo de cada uno de los elementos que conformaban ese lugar. Lo único que importaba es que tenía un baño personal en la pieza y un ventanal gigante al cual le llegaba sol durante toda la mañana si es que no estaba nublado o si no había vaguada costera (por cierto que es necesario saber diferenciar una cosa de la otra: lo primero parte mal desde el comienzo y una se adecua, dice, filo, ya está, y te abrigai desde el comienzo. En cambio, lo segundo, es una energía, un calor y una luz que de pronto te arrebata un fenómeno que no sucede tan seguido en el mundo pero que sí pasa seguido en la costa. Es decir, te despertaste un día y había sol, te pusiste vestido y una chaquetita piola, y luego te recagai de frío todo el resto del día por esa neblina densa que te deja hasta la ropa mojada). Pero ahora no hay sol en mi pieza al despertar ni baño personal. Los cambios en este lugar no son tan abruptos pero hay más nubes que sol. Las plantas que me cubren luchan por no ahogarse en la humedad de esta casa, de alguna forma me veo en ellas. Lo único que conocía como intimidad, estar bajo esa luz y calor después de bañarme envuelta en una toalla para el cuerpo y otra para el pelo estilando. / Esta vez fue como a l g o a s i. Es fácil ver metáforas de una misma en el resto del mundo.






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