domingo, 30 de agosto de 2020

hoy, en mi siesta eterna.

 Hoy hablé con una niña de mi edad. Era domingo, como hoy, y yo fui en bicicleta a un recinto similar a un colegio, las clásicas formas de habitar en ellos. Era de tarde, se estaba haciendo noche. Ella me dijo que sabía que había estado llorando, que fue con ella con quien yo hablé estos días. Después de esa confesión no pude volver a encontrarle la cara. Más tarde escuché que ella venía caminando, por un segundo piso, junto a un chico, él llevaba una guitarra e iba tocando una canción que supe reconocer. Era una que había estado escuchando harto el último tiempo. Ambos me conocían, sin embargo, no me daban su identidad. Ambos me cuidaban, pero se escondían. Lo que ella me dijo recobró total sentido en mí. Pero estaba presente sólo cibernéticamente. Aún así, me conocía, sabía y entendía por lo que estaba pasando. 

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