La primera siesta que me mandé para mis veintiún años fue el domingo mismo por la tarde, una media horita, porque no me podía concentrar. La cosa es que, mientras me dormía, pensé que uno al momento de morir muere no cuando el cuerpo deja de funcionar sino que cuando se ejecuta la acción que gatilla en la muerte, es decir, algo así como la decisión que uno toma al cruzar mal la calle y mueres atropellado, o la misma decisión, el mismo atropello, pero tus secuelas. Esa muerte sucedió por la culpa de uno al haber cruzado la calle mal. O el accidente vascular de mi abuela, hace ya seis años, y yo la muy hija de puta (no por mi madre) no voy a verla. ¿Habrá muerto? No sé. Una vez soñé con su voz que me decía que se sentía muy triste por la muerte de su pareja, unos meses antes. ¿entonces su muerte fue desde el momento en que murió Nicanor? No lo sé. Esa vez fue la última vez que vi a mi abuela bien, al menos en mi cabeza, lo demás sólo han sido gemidos, y por última vez, gritos por parte de sus dos hijas y mi madre llorando. Todos llorando en la casa.
¿Habrá muerto una familia entera?
No lo sé. Yo por mi parte siento que murió una gran parte de mi y no sé cómo llevarlo.
Todo esto me recuerda a la canción de Ases Falsos anunciando la muerte de un niño por la mañana en el colegio, durmiéndose a eso de las 7 u 8 de la tarde en los brazos de su mamá, luego de su vómito.
¿Cuántos habrán muertos en vida?
Mi misión ahora es rescatar a mi madre y a la parte de mí que se muere con ella.
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