Son las 17:28 de un viernes y estoy terminando de almorzar. Me costó mucho hacerlo, así como me cuesta mucho la vida en general desde hace harto tiempo. Llevo posponiendo desde ayer preparar —por fin— mis químicos para revelar —por fin— mis rollos que llevan más de dos años esperándome. Llevo posponiendo también hacer cosas que tienen que ver con encontrar un nuevo trabajo, por ejemplo, mientras me decido a dejar el actual en el que legalmente aún estoy. Mentalmente hace rato que ya no estoy. Creo que esta es mi tercera semana de licencia y qué bueno que he tenido la posibilidad de no estar allá, porque francamente me siento pésimo desde hace meses. No sé cuánto puede aguantar un cuerpo por cumplir o por la poca fortaleza de algún cambio, pero yo ya no aguanto más cambios, así que decidí optar con aguantar, cosa que tampoco estaba logrando muy bien.
Hay muchas cosas que tengo pendientes pero que no hago porque me toma la vida empezar algo, salir de este estado de latencia infinita. A veces siento pausas, otras veces lagunas. De repente cuando siento rabia siento rabia de nuevo contra mi cuerpo, hasta ahora sigo sin descontrolarme.
Qué bueno que hoy no estoy en ese asado que había decidido hace un mes no ir. Lo bueno es que me tuve que ahorrar todas las insistencias de quién sabe cuántas personas. La gente respeta más un papel con un diagnóstico que las emociones y eso me está destruyendo. A veces ya no sé muy bien qué hacer dentro de este cuerpo que a ratos pienso en dañar. Lo bueno es que cada vez son menos esas ganas, supongo las pastillas han hecho efecto aparte de hacerme dormir mal y provocarme bruxismo.