han pasado días desde que te fuiste. Si bien en gran parte tu muerte nos tranquiliza, el dolor siempre será inevitable. En realidad nunca había vivido una muerte tan cercana, sólo había acompañado a cercanos con sus duelos. Supongo que también los sentimientos de culpa siempre van a existir de una u otra manera, esa idea de que las cosas pudieron haber sido distintas es tan propia de estos momentos, pero al menos mi mamá hace dos años me otorgó una oportunidad forzada: estabas tan enferma que pensábamos que le quedaba poco tiempo de vida, por lo que me pidió que me despidiera de ti, en vida, cuando aún pudieras escucharme. Recuerdo que fui a tu casa un 7 de marzo, andaba cerca con amigos. Había solcito por la tarde, se proyectaba en tu pared de una forma tan amigable, con proyecciones de sombras de las plantas y del visillo. Te conté recuerdos, te hablé sobre mis ganas de crear, de pintar, de hacer, que sé muy bien dentro de mí que lo heredé de ti. Sé que te incomodaba la espontaneidad tan propia de mi madre y por consiguiente la mía, pero también que nos amabas mucho por eso. Fue duro hablar de forma tan directa y dura, pero hoy agradezco por no haber quedado con cosas pendientes.
En estos más de diez años fue difícil la vida. Fue precisamente cuando empecé a forjarme como persona y trataba de alguna manera hacerte parte de mi vida, a pesar de que me ponía nerviosa hablarte y no recibir respuestas explícitas, con palabras, pero aún así lo intentaba. En realidad nunca pescabas mucho lo que te contaba, supongo que ahí se evidencian las cosas que son banales, pero me hacía inmensamente feliz que te rieras a carcajadas cuando yo y mi hermano nos poníamos a pelear, igual que cuando niños y quedábamos a tu cuidado.
Las últimas veces que recuerdo tu voz fueron cuando, meses antes de tu acv se murió el Nica, tu marido, también en un abril caluroso. Estábamos en el funeral y segundos antes de bajar el cajón te tiraste encima de él llorando desconsoladamente. Esa imagen me impresionó de sobremanera porque quebraba todo lo que conocía de ti. Meses más tarde, cuando ya estabas postrada en cama, soñé contigo. Conversábamos en la pieza del lado, esa que ahora tiene el vidrio de la ventana roto. Me contabas que lo extrañabas mucho, que todo ese calvario sería distinto si él estuviera contigo, y yo no puedo estar más segura de eso todavía.
Antes extrañaba que te aparecieras en mis actos del colegio sin previo aviso, desde ahora voy a extrañar ir a contarte cosas que no te importaban en lo absoluto, llevarte copete y dártelo con bombilla en la cama, tomarte de las manos al saludarte y que no me soltaras.
Tu muerte me duele más que la mierda, pero tu última vida aún más. Me costaba tanto asimilarlo que rara vez lograba conversarlo con alguien que no fuera mi mamá, me pasó con cada una de las personas que pasaron por mi vida estos años. Quizás por lo mismo me costó tanto hacerte fotos de frente, me era más fácil fotografiar las luces en tus paredes. Tu muerte decanta todo este tiempo y se transforma en una tristeza tranquila, serena.
Un respiro.